
No, no vivo en una piña debajo del mar ni soy el mejor amigo que puedes tener. ¿Por qué me siento así? Me explico: en tres meses bajé ocho kilos. De tener una condición paupérrima (así lo indican mis estudios previos) ahora soy “saludable”, con bajo riesgo por morir tras comerme dos tacos de carnitas o su equivalente.
No obstante, mientras los kilos se van, algunas mañas, manías y traumas han llegado. He aquí los primeros que recuerdo:
- Síndrome de Bob Esponja. Es un poco frustrante ir al gimnasio y sentirme como el célebre personaje amarillo. Ya saben: mientras todo mundo está mamadísimo y levanta 78543095 kilos con un brazo, yo y mis bracitos con trabajos levantamos… tres barritas.
- Síndrome de Bonafont. Tomo agua como desquiciado y voy a… (ya saben dónde) tres millones de veces al día.
- Síndrome de la novia a dieta: ¡Leo las etiquetas de los productos! Calorías, sodio, carbohidratos, porciones por empaque. ¡Fue horrible, fue horrible!
- Síndrome de Fangoria (¿la han visto? Con un corsé se hace a webo una cintura de 18 centímetros). El clímax de la felicidad son las tallas en los pantalones. Ya no soy talla 33 o 34. Soy 31.
- Síndrome de calculadora Cassio: “Tres tacos al pastor se traducen en 20 minutos MÁS de caminadora. Chales”.

¡Extra!
¡El verdadero Bob Esponja!
(la foto no la tomé yo, cabe aclarar)
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